Articles sobre literatura escrits pels amics de la llibreria Món de Llibres.
FAUSTO | 25 Setembre, 2008 07:00
La sensación común ante un descubrimiento inducido por la literatura puede definirse como un azoramiento al ver por primera vez algo que siempre había estado allí, sea la belleza de una mancha en la pared o el amor verdadero, y a lo que nunca habíamos prestado atención.
Esa sensación tiene mucho que ver con la que se genera ante determinadas sorpresas o accidentes: el momento congelado en que el coche invade la pista opuesta y puedes ver la cara de los que como tú ya no controlan nada; el olor a comida caliente que protege de la melancolía; el roce de esa mano; el fin de una disputa; la mirada de tu abuela, diciéndote en silencio: ¡Contén la ira!
Generalmente esa sensación se manifiesta como una breve pausa en la cotidianeidad que condensa una explosión de sentido transformador.
No se sale indemne de la lectura de determinados libros.
¿Y si esto no fuera así, de qué sirven entonces los libros?
¿Hay algo más triste que ver a eruditos o a escritores admirados en su completa opacidad de malas personas?
¿Hay algo más triste que leer Campamento Indio y después ser testigo de la conducta de adolescente envejecido en la que se deleitaba su autor?
¿Hay algo menos elegante que un ego descontrolado?
Por eso, tantos años después de su muerte, la progresiva disolución en la nada de esa imagen de marca ha permitido volver a los textos.
Recordémoslo bien: lo que importa es la obra.
El autor odiado o repelente o demasiado benéfico desaparecerá y su nombre será un simple cliché: Homero, Cervantes, Shakespeare. Cheever.
El mismo Cheever cuya definición de cuento perfecto ha sido el mejor homenaje rendido a la auténtica valía de Hemingway como escritor:
“Un cuento perfecto se parece a un Teorema. Un artefacto literario que sólo necesita minutos para enlazar con necesidad lógica este supuesto inicio anodino: “Habían preparado otro bote en la orilla del lago y dos indios esperaban a su lado”, con este final: “En el lago, sentado en la popa del bote, en aquella hora temprana, mientras su padre remaba, Nick tuvo la completa seguridad de que nunca moriría.”
Es imposible leer cualquier parte de lo mejor de la obra de Hemingway, todos los cuentos, algunas páginas y determinados capítulos de sus novelas, El Viejo y el mar, la primera y la tercera parte de Islas en el Golfo y el librito sobre sus años jóvenes en París, sin sentir la cercanía física del sol, del mar y de los animales.
Y una profunda sed que ningún licor atenúa.
Leer a Hemingway da hambre y genera un deseo irrefrenable de vagabundear por lugares remotos, los pulmones quemados por el aire marino y la piel curtida por los climas perdidos, como lo quería Rimbaud, eludiendo, ahora sí, al eterno inmaduro que se dejaba vencer por los lugares comunes y el color local.
Seamos mientras leemos como peregrinos que acuden a un ritual sagrado y digámosle al verdadero Hemingway lo que Guillermito le dijo al moribundo Thomas Hudson en Islas en el Golfo:
“Qué mierda, jamás comprendes a los que te quieren”.
Gabriel Bertotti
Llibreria Món de llibres
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