Articles sobre literatura escrits pels amics de la llibreria Món de Llibres.
FAUSTO | 19 Març, 2009 08:00
Una mesa. De madera. Un pan. Aún caliente. Un cuchillo.
Puede ser invierno, en todo caso no hay nubes.
La luz carece de matices, ideal para un observador que con su mirada justifica el mundo.
Alguien se acerca al pan y corta un trozo, entonces billones de hormigas inician su marcha, y cientos de elefantes se lanzan al barro y todos los peces nadan en círculo y se ven en perfecto orden simultáneo todos los granos de arena de un desierto y todos los pájaros que en este momento pasan volando, menos el que agotado se dejó caer al mar, y una niña que llora y un asesino que duerme plácidamente y todos los que tienen miedo y los que ríen y diez migas que caen sobre la superficie lustrosa de la mesa.
Una simple acción que no lleva más de unos segundos y que genera una serie de hechos infinitos.
Y entonces saber con certeza que se ha realizado una acción irreparable, que nada en el universo volverá ser como era antes de que ese trozo de pan fuera cortado.
¿Cómo comer una tostada con inocencia?
¿Cómo ignorar la majestuosidad de dar un paso, de mover un brazo o de abrir una puerta?
Ya lo decían los antiguos: la mayor aventura es abrir la puerta de calle y salir.
Wakefield que salió a dar una vuelta y que durante años se instaló en una habitación secreta desde la que observaba la angustia y la costumbre de su familia.
Un día cualquiera desapareció y luego, otro día cualquiera, volvió al hogar.
A veces pasa algo irreversible, tan irreversible como cortar un trozo de pan.
Alguien abandona a alguien.
Y el abandonado descubre el secreto del universo.
Solo y herido, puro extranjero de sí mismo y del mundo, ejecutado su ego artificioso por un límite de acero, ve con claridad que hay otras voluntades, que hay otros deseos y que nunca es el suyo el sendero a seguir, el de los pasos obligados que conducen a la calma y a la alegría.
¿O no trata acaso de eso El Aleph y la gran mayoría de los tangos?
Para comprender lo que se observa hay que “extrañarse”, salir del conjunto de certezas y dejar de ser uno mismo.
Y ser nadie. Como Odiseo.
Aprender a ver despersonalizando.
Aprender a comprender despersonalizando.
Ver sin apropiarse.
Sentir sin poseer.
Vivir sin temor.
Temer sin temblar.
Hablábamos del pan y de la mesa y del cuchillo.
Y en el momento del corte saber que la lógica es un lenguaje formal inventado por los hombres.
¿Qué lógica rige en los mundos deshabitados?
¿Hay matemática independiente de la mente humana?
El cerebro.
Volvemos al viejo tema de la víscera atrapada en una caja cerrada al exterior que sin embargo crea el universo y lo hace tangible, y le da olor a jazmín, y le da turgencia y almíbar y pus y rosas y alegría y enfermedad y muerte.
Y genera la misteriosa necesidad de la literatura como consuelo o explicación.
La belleza y el conocimiento igualados al hambre y al sexo.
La ficción como salvoconducto para sobrevivir.
Para incorporar nuevos diseños del mismo viejo mundo.
Es innegable que nuevos modelos explicativos expresados con seducción y rigor mejoran la salud del clásico concentrado cerebral: el puro espíritu.
Pero bueno, he ido muy lejos y aún no me he presentado.
Soy la voz que escuchas en tu cabeza.
Soy la presencia que en tiempo real refuta la línea del tiempo que falsamente dice que esto fue escrito hace cuarenta y ocho horas.
Aquí y ahora vamos fluyendo mi voz y tu comprensión y creamos juntos la obra.
Y así llegamos a la gran pregunta, la única que merece ser respondida, la ya clásica formulación de Cortázar en uno de los posibles inicios de Rayuela y en el final de nuestra conversación; luego yo callaré y tú desaparecerás:
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.”
Gabriel Bertotti
Llibreria Món de llibres
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