Articles sobre literatura escrits pels amics de la llibreria Món de Llibres.
FAUSTO | 13 Maig, 2022 19:53
“Fresán writes a book about father and son and it turns out that
his father was a book cover designer and his son has designed
the book cover”
María Tarchitzky. Bootleg Psychoanalysis
La historia de Alan Melvill, padre de Herman Melville, podría haber sido contada por Charles Dickens. Melvill cumple con todas las características que definen a algunos de los personajes secundarios más recordados del autor inglés. Sin embargo, hay un hecho definitivo que lo convierte en personaje de la última novela de Rodrigo Fresán. Ese hecho es tan memorable como el influjo en un grupo de homínidos de un misterioso Monolito. La primera acción inteligente consistió en matar con método y con finalidad. La gran acción del padre de Melville, que inició toda la literatura contemporánea y que Fresán recrea con estremecedora pericia en su novela, fue caminar sobre el hielo. A partir de la caminata del padre de Melville cruzando un río congelado los personajes literarios se bajaron del árbol donde tomaban té desde hacía centurias para enfrentarse a la misma intemperie que celebró Rimbaud, (con la cara difusa del Dylan de Blonde on Blonde), el más bello de los demonios encarnados, el padre de todo el rock y del punk más clarividente y alucinatorio.
Pero no hay que confundirse, no se puede hablar del padre sin hablar del hijo, y los diálogos entre padre e hijo, y de Melville consigo mismo, que siempre es otro, establecen la estructura de la novela. Estos procedimientos de auto diálogo, de autorreflexión, de personificación de una voz ajena y propia que resuena en la cabeza y que acompaña toda la vida, siguen sorprendiendo a mucha gente. Y creo que esa es la respuesta perfecta a la pregunta angustiosa que se hace a veces Fresán. ¿Cómo es la cabeza de la gente que no lee? Vacía, claro. Porque es la lectura la que activa la voz que estaba dormida. Es la lectura la que le da contenido y realidad a esa voz que nos acompañará para siempre.
Todas las filosofías orientales han surgido como terapias de choque para aquietarla un poco y que te permita por lo menos dormir. Pero la condena de las cabezas huecas es aún peor: deberán escucharse a sí mismos y solo a sí mismos durante el resto de sus vidas.
Las voces rara vez se equivocan. Reconstruir las alucinaciones de Melvill desde los ojos de su hijo de diez años solo podía estar destinado desde el principio de los tiempos a un autor que a la misma edad, en un país construido en base a ficciones y delirios, fue secuestrado por malvados que cercenaban testículos, y que transformaron, desde ese preciso momento, su vida en un cuento como los que escribía Hoffmann, una mezcla de antiguas leyendas, presencias sobrenaturales, y cotidianidad cubierta de poesía y nieve y fuego. La situación de Fresán, desde ese hecho iniciático, a su pesar, claro, (la vida acaso sea todo lo que nos sucede a pesar nuestro y que debemos aceptar y transformar en otra cosa para sobrevivir), encaja perfectamente en la definición de la situación de todo escritor, o al menos de los escritores que se atreven a pronunciar los lenguajes ocultos. Soy como el equilibrista que camina descalzo en un alambre de púas, escribió Piglia refiriéndose a Kafka, cuya obra ya estaba toda entera en el Bartleby que escribiría un alucinado Melville después de haber emergido del vientre de la ballena.
Fresán a su vez emerge de su propia ballena (La Trilogía) con un libro en la mano; un libro que trata de un escritor apocalíptico reconstruyendo los delirios de su padre después de haberse quemado con el hielo y, como si fuera un milagro, en la conclusión nos ofrece una gema única; una palabra que condensa la máxima comprensión en la mínima extensión, la pura poesía de un mandato.
Precisamente, este no-final de Melvill, lo relaciona con las obras que carecen de punto final, los Vedas, el Chuang-tsé o el Finnegans, obras que son salmodias repetitivas que alteran la respiración y que propician visiones.
Melvill es mucho más que literatura. Es un artificio que provoca los mismos estados alterados que Ken Russell recreó en una extraña película. Así, el escritor que decide vencer con un arpón a lo meramente narrativo, hace la misma elección que hacían los que para no terminar arrancando los sombreros de las cabezas normales a cachetadas se embarcaban en busca de los vientos perdidos.
Fresán se juega la estabilidad y arriesga el anclaje a lo cotidiano. Porque para aquel que aprende a ver con los ojos cerrados (¡cierra los ojos y mira!) y se atreve a contarlo, un televisor puede ser un portal, un hotel un pasaje al otro mundo, y la simetría de un pasillo la antesala del infierno.
Nadie escapa a la voz que dicta las palabras y cuando esa voz ancestral te habla la obligación moral de un escritor es escribirla para poder leerla y con suerte entenderla.
Todos somos Willard sudando en un hotel de Saigón.
La literatura será así por fin mucho más que ficción y toda la morralla que la describe como auto referencial o retórica seguirá escondida en una cueva refutando la presencia del Monolito que nos impulsa a despertarnos a los diez años en medio de la noche y a responder sin miedo al fanpiro que exige que le respondas una sola pregunta para salvar tu alma.
—¿Quién eres?—le pregunta la voz del hielo.
—Soy la Morsa—responde Fresán sin miedo en su voz.
Una voz que ilumina la noche.
Gabriel Bertotti
FAUSTO | 07 Maig, 2022 10:07
Esta novela fue escrita por Antonio Tocornal en apnea, arriesgando la vida, sumergiéndose en su propia mierda y en la mierda del gran desagüe de todas las aguas fecales de nuestras almas. Para que así, cuando emerja con ese brillo en los ojos del artista poseído por su demonio, ante mi pregunta, ¿por qué lo haces, Antonio? ¿por qué te arriesgas?, me mire sorprendido, como diciéndome: ¿No es acaso esa la misión de los verdaderos artistas? ¿No tenemos que actuar sin dudarlo, sin miedo a las palabras, hasta el extremo más alucinado? ¿No debemos dar fiel testimonio de la Caída sin fondo de los ángeles más hermosos? ¿No estamos obligados a dar voz a los postergados y a los callados?. Y yo que pienso, claro que sí Antonio; si así no lo hubieras hecho jamás habría sentido tanto amor por Candela ni tanta pasión por el pez infinito que nunca deja de girar intentado soportar la limitación inacabable de su prisión transparente».
Corrijo; de nuestra prisión transparente.
Parece como si Tocornal desde otro tiempo y desde una isla, con lo que ello significa, lo hubiera escuchado y se decidiera a argumentar la validez de semejante enunciado. Visto así, entonces, Malasanta no solo es una novela sino que por sobre todas las cosas es un teorema. Pero, ¿cómo demostrar que no se puede vivir sin amor? De esa visión parte la tarea del artista. El uso de semejante y manoseada palabra implica que no veo a Tocornal solo como alguien que se gana la vida escribiendo profesionalmente, ni siquiera como un autor de novelas, sino que para mí, y más desde la perspectiva amarga que nos deja en la mirada la lectura de Malasanta, se erige como verdadero artista en el sentido flaubertiano, alguien que con la exacta medida de palabras e ideas intenta comprender la Realidad. Malasanta es una obra que indaga en la ontología de un mundo de objetos, enumerándolos, dándoles existencia por medio de las palabras, pero es también una gnoseología, porque afina los métodos más apropiados para el conocimiento: la mirada transparente capaz de manifestar en todo su esplendor la densa baba que cubre con hastío y mugre todo lo que existe. Y es también una forma de ética, ya que establece los métodos apropiados de acercamiento a aquello que observa y que indaga sin manipular sentimientos ni manchar la narración con ideología. Todos estos métodos, estas estrategias narrativas, funcionan porque están fundamentados en el compromiso del autor con su visión, desafiando censuras y cancelaciones. Si así no fuera, Malasanta sería una piedra lanzada con odio y resentimiento a la cara del lector. Si Tocornal fuera solo un escritor profesional, Malasanta nos lastimaría, nos dejaría ensangrentados y rotos a un costado del camino. Pero por suerte, Tocornal, con su escritura de apnea, nos ha entregado una obra filosófica en el más antiguo sentido del término, y está claro que nosotros, como lectores, debemos pagar un precio para acceder a ese conocimiento, y el precio es purificar tanto la mirada como para lograr ver, lo mismo que el farero en el corazón del mero, o un pez infinito atrapado en una pecera, la increíble versatilidad del ojo que todo lo ve, la mirada de Dios, que carece de cuerpo y de párpados, mirándonos desde el más profundo pozo de mierda.Malcom Lowry en Bajo el Volcán repite una y otra vez a lo largo de cientos de páginas un aviso desesperado: No se puede vivir sin amor. No se puede vivir sin amor.
Acaso, entonces, la mejor manera de demostrar que no se puede vivir sin amor sería describir la vida de los seres que habitan la cuneta y que nacieron para la fosa común. Solo así, siendo impiadosos testigos de su dolor, de su soledad, y de su vacío, podremos entender la terrible envergadura de la ausencia palpable del amor en unas vidas sin escapatoria, desgraciadas por origen y destino. Solo así podremos completar el teorema.
¿Cómo sobrevivir a la lectura de Malasanta? La repuesta a esta pregunta no depende de nosotros sino de la pericia de Tocornal como autor. Cuando uno escribe sabe que existe un compromiso moral en la elección de las palabras y de los argumentos pero también un acto de gentileza sumamente delicada con el lector. Si la vida en general es bastante agresiva, y lo está siendo cada día más, ¿qué sentido tiene que el autor se aproveche de la buena fe de un lector inocente y le arruine el día? Pero el artista tampoco debería renunciar a su visión, que siempre es una forma de misión irrenunciable que podría condenarle el alma, es en la respuesta práctica a las cuestiones enumeradas donde se ve la talla ética de un autor, en la cual, y de manera elegante, siempre están mezcladas la ética con la estética, ya que solo así la obra estará completada, y solo así el lector podrá, de la mano del autor, buceando ambos en apnea, emerger y sin miedo respirar un aire suficientemente puro como para no envenenar la sangre. Entonces es válido también preguntarnos, ¿qué recursos ha utilizado Tocornal para ayudarnos a sobrevivir a su novela? El humor está claro, todo libro sin humor se transforma en un ladrillo sumamente práctico para ser utilizado como estabilizador de mesas desequilibradas o como tope para una alacena o como arma arrojadiza. Hay otro recurso que utiliza Tocornal para salvarnos la vida (sí, no exagero, salir vivo y puro de este libro es una cuestión de vida o muerte…que no está en nuestras manos), ese recurso mágico es la ternura. ¡Vaya palabra arriesgada! ¡Vaya emoción arriesgada! ¿Cómo utilizar la ternura sin ser ñoño? ¿Cómo evitar la cursilería de la exposición impúdica de los sentimientos? Tocornal tiene la respuesta, que curiosamente es la misma que Platón esbozó hace milenios. La salida es la Belleza, y la Belleza no es otra cosa que la suma de Verdad y Bondad. La Bondad auténtica es bella. Por eso es tan bello el abrazo metafísico del niño con pelo de poeta, o la renuncia sentimental, aceptando sus carencias, su dolor y su destino, del viajante de comercio, o la indiscutible belleza de cada uno de los gestos, inútiles, pero por eso mismo trascendentales, de Candela.
Porque cuando nos sumergimos en lo más hondo de nuestros miedos y renuncias, cuando nos atrevemos a abandonar el oxígeno y a aguantar la verdad más profunda apenas con el aire de los pulmones, cuando nos hundimos más y más en el turbio mar de este libro, cuando nos aferramos con confianza y entrega a la mano del autor y buceamos sin tanques buscando el ojo divino junto a la desembocadura de un río de saliva, orín y semen, sabemos que lo verdaderamente difícil será retornar, calcular el momento exacto de la vuelta, del retorno a la luz, y deberemos tener cuidado de hacerlo de la manera correcta, poco a poco, con los intervalos de calma necesarios como para no emponzoñar de detritus indeseables la sangre, y ahí va Tocornal, guiándonos, sin soltarnos la mano, sabiéndolo todo, otorgándonos esos remansos de ternura seca, indispensables para volver sanos y salvos a la superficie, purificados, diferentes a los que éramos cuando abrimos un libro llamado Malasanta.
Decididos a amar para salvarnos.
Gabriel Bertotti
Llibreria Món de llibres
C/ Major nº7
Manacor 07500
llibres@mondellibres.com
Telf: 971 84 35 09
« | Maig 2022 | » | ||||
---|---|---|---|---|---|---|
Dl | Dm | Dc | Dj | Dv | Ds | Dg |
1 | ||||||
2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 |
9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 |
16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 |
23 | 24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 |
30 | 31 |